La Historia del Colegio Aljarafe. Escuela para la vida desde 1971
El Colegio Aljarafe nace en 1971 como un centro educativo abierto, liberal en el pleno sentido de la palabra, no confesional, y con el proyecto de una pedagogía nueva que se pone en marcha en unas instalaciones ejemplares proyectadas por los arquitectos Fernando Higueras y Antonio Miró.
Testimonios recogidos en el XXV aniversario del colegio.
A la libertad no la esperamos sentados. La esperamos -de esperanza- empujando.
En los primeros años 70, la Sevilla a la que llegué me pareció instalada en el régimen, adaptada a la dictadura, conformada. Todavía no conocía la verdad de la ciudad, que destella hasta cegar para ocultarse, para hacerse invisible hasta que no se la ama.
Cuando miré hacia dentro, porque la empecé a amar enseguida, vi la marea de iniciativas que empujaba hacia la modernidad. Entre otras, el colegio Aljarafe.
No recuerdo quien me hablo de él. Radio Sevilla era un hervidero de actividad pre-democráticas y alguien me orientó. Una educación sin telarañas, abierta como lo era el propio centro a un mar de olivos. Gente joven, que creía en el futuro y quería fabricarlo sin depender de los designios ajenos.Allí mandamos a nuestro minúsculo primogénito. Y desde entonces, la ruta 4, con parada en Ramón de Carranza, frente a la nueva Feria, se convirtió en contraseña de diversa utilidad doméstica. Aún hoy, decir ruta 4 es decir apresúrate, no te duermas, que se te escapa el tiempo.
Las primeras reuniones de padres, en la estrenada responsabilidad, me llevan a ese colegio asomado al balcón de la ciudad maravillosa.
Y queda para siempre, en la foto enmarcada, mi niño Iñaki – hoy abogado, casado, alto como un chopo- con babi azul, globo terráqueo y pizarra al fondo. La única referencia negativa es que, según dice, no le gustaban los huevos a la flamenca.
Maribel trajo un burro y gorros de soldados con borlas; un ejército de párvulos carapintadas pinta picassos -siempre jugando- por las paredes o en grandes papeles estrazas; pintan con los dedos, con ceras y témperas; incluso las caras y los cuerpos sirven de lienzo. Dominga celebra asamblea: Hay que elegir responsable de los ratones para el fin de semana, y otro para los patos; es un privilegio enorme que con cinco años te encomienden el cuidado de los tesoros de la clase.
Chari prepara otra excursión, ésta (no te cabrees Berna) con Mariana, que está cada día más guapa, y que enseña que “los tiburones pasean a sus crías”. Muchos años después, probando un magnetófono en una tienda mi hijo Marcos dijo: “Los tiburones pasean a sus crías”. La frase se la enseñó Pepe Pereira, que no consiguió sin embargo enseñarle a jugar al fútbol; compartimos campamento Cañazao, embarazo y parto, pero Lali ganó por trescientos gramos.
Se oye un grito en la clase de al lado: Marina consigue, por un mágico instante, lo más parecido al silencio; a ver si nos enteramos del mensaje que trae Antonio Ávila, (se traba, se atranca, excepto, dicen, cuando canta flamenco). No dura mucho la cosa, está Freinet, con los de segundo (texto libre). Rafael Moreno tiene un nuevo acuario, -no, es un terrario- los bichos seguro que son de fuera, pues es sabido que entre David Mellado y Jaime García-Añoveros acabaron con la fauna local en el curso 74-75.
Además de traer unos vagones de tren, y además de lo demás, José Luis llena la clase de grandes sábanas que quizá compró Antonio Borrelles a cuenta de lo mucho que le debía HYTASA. Roberto entra, sale -y entra y sale- de muchos sitios con una bolsa de deportes; Aurelio y yo casi lo convencemos -le convencimos-, de que debía casarse por razones de seguridad y disciplina; el hombre de Cuenca no se alteró, en las asambleas era temible. Rafael Redondo deja que los niños oigan a Platero por los campos de Moguer y nunca se han olvidado de eso los que tuvieron la suerte de compartir esa aventura en las tardes de primavera, (cosechas de rábanos y zanahorias). Ricardo ha conseguido este año que innumerables adolescentes se compren cazadoras de color verde con forro naranja, ya no caben más árboles en la alameda. Antoñita y Pepe Villagrán están discutiendo en el recreo, ¡qué difícil!, las cintas de “Grándola Vila Morena” se oyen fatal. (¿Qué pasó con el mini?)
Pepa tiene una nueva variedad de bocadillos, bocadillos calientes, y viene Pepe Díaz de terminar su enésima carrera de la semana a campo través, a tomar café, y con Kiti, toda rosa. – “Papá, qué bonitas eran las clases de gimnasia con Antonio Mejías”. Trae otro papel José María, hoy están de guardia Concha y Agustín. Asunción Peña con la consulta rebosante de víctimas del recreo reparte tiritas y cariño, huele muy bien. Por el pasillo Félix con libros, cinto minutos antes de que toque la sirena. Tere, con la sirena aullando, con cuatro, con cinco…, habla del resultado del último examen. –“¿Dónde está Juan Garrido?”- pregunta Mercedes que pretende cobrar. Manolo Santana dice que no sabe. Enrique parece, pero no está cabreado. Antonio Noguero, con su eterna cartera escolar, le explica a un padre que él siempre da todo el programa en un trimestre, que después repasa, que por eso las primeras notas son como son. Julián mira por encima de las gafas, los pantalones pelín cortos. Rosa le dice a Charo que hoy no le ha arrancado el coche, un seiscientos color butano, no sé por qué. También es un misterio que Manolo tenga a esta hora, todavía hoy le dura, todo el frío de la moto en la cara.
Viene -¡por error de nombre!- Nieves. No sabe que le espera un faro en Tarifa (“¡Cable NO!”). Nieves está en la oposición desde por lo menos la Guerra de Corea. Antonio viene con mallas, con Ramón.-“Ramón, mi niño, vente hoy a mi clase ” (Mari Ángeles 1.975).- “Fernando, ¿ha llegado ya Juan Garrido?”. Mari Carmen Pineda con Pablito el malo, ni por ésas se enfada Mari Carmen Hidalgo. Un grupo que pasa: Inmaculada…Mercedes… y Alejandro y Juan Palomas, Manolo Prieto (qué éxito). Las programaciones de Ana María Viera: la vida no cabe en la teoría de conjuntos, después sí, la base es dos, matemáticas modernas. Asun Mendívil siempre tiene riendo los ojos y se resfría mucho, pero tiene cuenta en el banco.
Veinte años después, – yo lo he visto-, Lorenzo tendrá esa cara de niño del Cerro del Águila – siempre aprendiendo- , asombrado ante las cosas sencillas de la vida y asombrándonos por ser así. Fue una alegría haberte traído, (con el Gordo no pudimos, ahora le va bien, pero me he arrepentido tanto…).
Vendíamos “Tierra de rastrojos”.
Francisco ha tocado la sirena.
Me ha llamado Fernando que quiere que escriba
ANTONIO FALCÓN
Que la cosa más difícil que hizo en la vida fue dirigir el Colegio Aljarafe.
“Cuando Penélope, mirando hacia atrás sin ira, empezó a recoger los restos de sus mejores mantos…”
Así empezaba el anteproyecto de celebración del XXV aniversario, que me tocó pergeñar…. Le llamé “Penélope”, recogiendo una vieja ocurrencia mía, con la que quise significar en un momento especial de ponerlo todo “patas arriba” el eterno empezar de nuevo que parecía caracterizar al Colegio hasta la desesperación. Ahora, al cabo de los años, he dado en pensar que Penélope, aquélla de la mitología y ésta del proyecto educativo “Aljarafe”, es de todo menos una inconstante. El Ulises esperado es el amor de juventud, el proyecto sin defectos, el horizonte, la utopía del trabajo pedagógico absolutamente bien hecho, que sirve con total autenticidad a quienes lo demandan. Ulises se vio envuelto en la interminable guerra de tirios y troyanos, y hasta se portó como un héroe. Acabada la guerra por agotamiento, sin victoria de nadie -como todas las guerras- hecho polvo, no le queda más que emprender el camino de regreso a la lejana Itaca, a disfrutar de la serenidad conseguida. Mientras tanto, todos esos años, Penélope, la que no ha podido lanzarse a la gloriosa aventura, permanece en la diaria y dura realidad, la del trabajo diario. Cree y espera que es posible la vuelta de Ulises y su amor fecundo con él. Como el tiempo se alarga, otros aspirantes a su amor la solicitan de mil maneras. ¿A qué nombrarlos, si son tantos y tan prepotentes? Y ella, para no Entregarse a ellos de mala manera, tiene que darles largas, y se inventa el tejer y el destejer el manto, pasando así por inconstante, improvisadora, incoherente, deshaciendo de noche lo hecho durante el día, sin llegar nunca al término de la tarea. ¿Pero es que aquí estamos siempre empezando? Pues sí, porque este trabajo no tiene término, no puede repetirse, no admite la estabilidad definitiva -sería la rigidez mortuoria-. Sus protagonistas están en unas edades tan frescas, tan abiertas, tan flexibles, tan vivas, que hay que hacer de tripas corazón para no defraudar -uno que cada año tiene un año más, qué curioso- ese raudal de novedad interminable. Hasta que llegue Ulises, que va a seguir tardando, como todos los horizontes y utopías, hay que seguir tejiendo y destejiendo, mientras el cuerpo aguante.
Sobre los “peores recuerdos” -alguno que otro queda- hemos acordado extender un tupido y piadoso velo. Mis mejores recuerdos son los de ayer, los del último mes, los del último año… así hasta el año 74. A mis cincuenta y algunos años me he reconciliado casi con los adolescentes, con su vitalidad desbordante y sus horizontes abiertos: hasta con su incansable incoherencia, porque ellos me mantienen vivo, activo, hasta un poco “flipado”. Un ejemplo: empecé a vestirme de payaso en el Colegio el año 75 (¡ qué día aquel, Pepe Salvatierra, haciendo equilibrios en el bamboleante escenario sobre las viejas mesas…!) y la vez que he disfrutado más con un disfraz ha sido la última, el curso pasado, acompañado en mis peripecias carnavalescas bajo el signo de Chiapas por un grupo de 3ª de BUP, el Club de los Mochuelos, que montaron ese año dos pitorreo-espectáculos memorables: la entrega de los premios M´OSCAR a las producciones “cinematográficas” de profesores y personal no docente del curso 95, y la inauguración del “CANAL MOCHUELO-TV”…
El año que viene mis mejores recuerdos (con algunos malos, inevitablemente, a los que intentaré ignorar, para que no molesten) serán los de este año, los del XXV Aniversario
A veces, en un parque, en un teatro, en la calle, en el autobús, alguien me pone la mano sobre el hombro y me dice “Hola Mariana”. Sus rasgos, su sonrisa, su forma de mirar son familiares, pero en algunos casos no consigo identificarlos.
– ¿Quién eres? Te recuerdo, pero ahora no sé.
– Yo a ti sí, me diste clase en 1º y 2º, y se sienten un poco ofendidos por mi despiste.Han pasado diez, quince, veinte años, yo he envejecido pero mis rasgos son los mismos, ellos se han convertido en hombres y mujeres espléndidos, aunque al principio no entienden que el cambio ha sido espectacular. Pero esa mano en el hombro, esa sonrisa en el saludo, significa que fue un hermoso período de nuestras vidas.
Maribel, Antonia, Alejandro, María y yo, un equipo dispuesto a luchar contra la mecanización en el aprendizaje y deseosos de investigar.
Fue una época maravillosa y aún sigue siéndola porque está en nuestros recuerdos. Reuniones diarias, ansias por aprender y avanzar, trabajo compartido al cien por cien, apoyo, lucha, utilización de lo mejor que teníamos cada uno para el beneficio de todos, reuniones con profesores de otros centros para apoyarnos y avanzar. Era un equipo en el que reinaba el amor, el compañerismo y el trabajo.
Recuerdo mi clase: macetas, cangrejos, peces, pájaros, canarios, un hámster que Misael se ponía nada más llegar en el gorro de su trenka y allí estaba sin moverse todo el día, y los periquitos, la famosa pareja de periquitos que todas las noches abrían un poco los barrotes de la jaula y se escapaban y Francisco venía protestando desde la puerta “es el último día que os cojo los periquitos”, pero todos eran los últimos días, y todos sin faltar ni uno los devolvía a su jaula y se iba protestando.La huerta, la biblioteca en los vagones, los talleres de la tarde, las clases en el campo y las excursiones en mitad de la sierra con una fogata en medio y niños felices con linternas que nunca se apagaban y rostros encendidos y entusiasmados por la aventura.
Recuerdo la primera frase de la clase “El tiburón come peces”. Decidimos agrupar todas las mesas en un rincón y hacer un acuario imaginario en el resto de la clase. Dibujamos en cartulinas pececitos que le echábamos al tiburón.
Sólo había un problema, si abríamos la puerta se vaciaría el acuario, así que decidimos entrar y salir por las ventanas.
Y ese día, el mágico día en que un niño decía: Mariana, aquí pone….. y leía por deducción una frase.
La emoción en esos momentos era indescriptible, carreras de una clase a otra, sonrisas, abrazos, a partir de ese momento, uno tras otro leían con fluidez. Lo habíamos logrado, todo el trabajo había merecido la pena. Era el camino. Cuentos imaginarios, poesías, pensamientos, periódicos, no había ni un momento de inactividad.Éramos un buen equipo dentro de un gran equipo, al que mirábamos porque todos y cada uno de los miembros estaban entregando lo mejor de sí mismos.
Hoy siento que juntos hemos hecho algo importante y hermoso y que hay cientos de personitas a las que hemos aportado algo bueno de nuestra vida, y que nosotros con nuestro trabajo, nuestro compañerismo, nuestra entrega y el contacto con la pureza de los niños, somos mucho mejores que antes y hemos dado un gran paso en nuestra vida.Cada uno de mis recuerdos de esa época están acompañados de sonrisas, de dulzura, de amor. Es difícil tener tanta suerte en la vida, y nosotros durante un período la hemos experimentado.
Gracias a todos